jueves, 3 de mayo de 2012

Mi artículo en Nexos mes de marzo

01/03/2012
Josefina y las mujeres
Sabina Berman ( Ver todos sus artículos )
Recién Josefina Vázquez Mota ganó la candidatura panista a la presidencia de la República, este febrero, se soltó la avalancha de preguntas relacionadas con el género.
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Recién Josefina Vázquez Mota ganó la candidatura panista a la presidencia de la República, este febrero, se soltó la avalancha de preguntas relacionadas con el género. ¿Está México listo para tener una presidenta? ¿Se diría presidente o presidenta? ¿Importará en la contienda que Josefina sea mujer? ¿Votarán las mujeres por una mujer sólo porque es mujer? ¿El machismo permitirá que una mujer habite en Los Pinos?
Josefina
Los dos memes reiterativos siendo Josefina y Mujer. Sólo faltó la pregunta que los podría haber reunido con menos palabrería intermedia: ¿Josefina es mujer?

Bueno, en la avalancha de preguntas está la respuesta. Por supuesto importa. Y porque sinceramente aún no se percatan de su error, o porque les urge disipar esa importancia, los adversarios políticos de Josefina contestaron a los preguntadores de la prensa en contra de la evidencia.

No, no importa que sea mujer, importa su proyecto (Cuauhtémoc Cárdenas). Yo no creo que el género sea ventaja o desventaja, sino más bien lo que plantees y tu trayectoria (Marcelo Ebrard). Respeto a la señora como mujer, no como política (AMLO). Las mujeres mexicanas son inteligentes y saben que Josefina es más de lo mismo (Pedro Joaquín Coldwell).

Una papa caliente la cuestión del género de Josefina, los políticos la contestaron lanzándola rápido y lejos, sin responder a la pregunta que al menos a ellos les es esencial.
¿Importará en la contienda que Josefina sea mujer?
De nuevo, por supuesto que importará, y mucho.


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En México nos deben a las mujeres un buen trozo de poder, si es que esto es una democracia. En 1990 las mujeres fuimos ya la mayoría de egresados universitarios, el 51%, y a pesar de que 22 años después seguimos siéndolo, nos encontramos en las antesalas del poder, en el peldaño de abajo, en la espera de la verdadera equidad de la distribución del dinero y el poder social.

Entre las cien empresas mayores mexicanas hay sólo tres directoras. Una es extranjera. Otra es hija del dueño original de la cervecera. La tercera es la viuda del fundador del consorcio. En los gabinetes suelen ser dos las personas con faldas, salvo en los gobiernos de la ciudad de México, donde han llegado a ser la mitad. En los consejos de administración de las empresas o de toma de decisiones culturales suele haber dos mujeres. No hay una directora de una televisora. Hay una única directora de periódico.
La misoginia opera en la cultura de nuestro país día a día. Es un tema que irrita a los hombres pero que a las mujeres nos incendia.

Algo nos debe la sociedad. Por eso, y porque Josefina es la primera mujer con posibilidades reales de ocupar la silla del águila, también porque no es la viuda ni la hija ni la esposa del dueño de la silla, porque la hemos visto a ella misma crearse las condiciones para lograr la oportunidad, despierta un entusiasmo inmediato en las mujeres, un poco más de la mitad del electorado, y también en ese sector de hombres progresistas solidarios con la lucha por la equidad, un sector cuya dimensión es aún un enigma y será revelada en la contienda.

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Incluso el género puede llegar a ser crucial. Imagínese el amable lector esta viñeta posible. Es un debate de los tres contendientes. Andrés Manuel, líder de las izquierdas, ataca al candidato del PRI: Usted ha protegido a corruptos. A Arturo Montiel. A Mario Marín. A Humberto Moreira. A Etcétera: una ralea de villanos.

El priista le replica alguna cosa, la verdad es que me resulta inimaginable qué pueda replicar ante lo evidentemente cierto y reprobable, y mientras ellos se atacan y contraatacan, Josefina, tras un tercer podio, a medio metro de distancia, con un vestido blanco, sonríe y sonríe a la cámara, cumpliendo un rol tradicionalmente femenino, conservar un polo de cordialidad en las disputas machas.

Y no adivino lo del vestido ni su color blanco ni la sonrisa y la cordialidad. Desde que se lanzó en pos de la presidencia hace medio año, Josefina, o su equipo de publicistas, o ambos, decidieron que vestiría siempre de blanco, símbolo universal de la paz, siempre de vestido, que la identifica claramente como mujer, que sonreiría perennemente, y que apalabraría una y otra vez que ella representa la cordialidad y la conciliación, esos valores en que las mujeres somos educadas.

El resultado neto del boxeo entre Andrés Manuel y Enrique Peña sería que Josefina es la garante de un México de paz. No poca cosa en un país con una vida pública empantanada por la discordia. No poca cosa en un territorio asolado por una guerra que es un moridero y una cotidianidad donde el espanto es una visita esperada.

Lo saben l@s expert@s en campañas políticas de mujeres. En vano es negar el género de una candidata. La clave del éxito es volverlo un positivo. Y el equipo de Josefina y ella misma han armado un personaje público en el que han vuelto atractivas sus características “femeninas”.


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Del equipo de Vázquez Mota salió la frase Mi gallo es gallina, Josefina. De su equipo salió otra frase, Trae las faldas bien puestas, frase acuñada originalmente por Rosario Robles. De su boca salieron las promesas de que nos cuidará a los mexicanos como ella ha cuidado a su familia y que administrará la economía como el gasto en su casa. En su cumpleaños recién festejado, de 51 años, se rodeó sólo de mujeres.

Y Josefina suele buscar oportunidades para hablar en mítines donde sólo hay mujeres, en donde con el micrófono en una mano, y golpeando el aire con la otra mano en puño, explica que es una guerrera y que sus acólitas lo son también, para culminar el discurso invitando a Las guerreras mexicanas a ganar conmigo la presidencia.

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Y, sin embargo, las mujeres y los hombres que deseamos la muerte por asfixia de la misoginia, debemos preguntarnos si la afirmación de Josefina es razonable. ¿Si gana ella la presidencia ganamos algo las mujeres?

Simbólicamente, sí. Ni duda. Pero más allá de lo simbólico, ¿qué ganamos las mujeres?

La trayectoria de vida de Josefina muestra a una mujer feminista para sí misma, pero no para otras mujeres. Me explico. Una mujer de la clase media que se propuso trascender los límites impuestos a su género por la cultura. Estudió en una vocacional del Politécnico y luego economía en la Universidad Iberoamericana. Se convirtió en conferencista y escritora motivacional. El azar le extendió un puente de plata cuando conoció al candidato Vicente Fox en campaña, ahí por el año 1999; ya presidente, Fox la habría de invitar a dirigir la Secretaría de Desarrollo Social para llenar la cuota tradicional de mujeres secretarias, dos, y a pesar de que Josefina ignoraba todo sobre el tema de la pobreza.

Josefina no se arredró ante su insuficiencia. La compensó formando un equipo de expertos. Sus subsecretarios y sus asesores fueron luminarias del tema de la pobreza, aunque hay que notar que ninguno fue mujer. En 2005 abandonó la Secretaría de Desarrollo Social para encabezar el equipo de campaña de su amigo y precandidato Felipe Calderón. Ahí fue arrinconada por el club de muchachos calderonistas, acusada de “ser poco agresiva” y “demasiado conciliadora”. Es decir, de ser mujer.

Resistió la humillación sonriendo y fue premiada por el nuevo presidente con la Secretaría de Educación, donde de nuevo se rodeó de un equipo de hombres, y si no emprendió una revolución educativa, sí quiso garantizar la calidad de los maestros del país y ha sido la única secretaria en 20 años que enfrentó a la líder del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Por ello fue removida por el presidente Calderón del cargo y trasladada al Congreso a dirigir la bancada panista.

En todo ello, Josefina ha ido aprendiendo a apoyarse en la simpatía espontánea que produce en las mujeres, y en ese sector de hombres progresistas. Los ha cortejado y cultivado como interlocutores, pero hay que decirlo de tajo: tratándose de beneficios concretos, a cambio no ha dado nada a las mujeres. Ni puestos en su equipo ni programas públicos específicos para mujeres.

La verdad es que de los tres candidatos actuales a la presidencia el más positivo para las mujeres ha sido Andrés Manuel, que siendo jefe de gobierno del DF formó un gabinete cuya mitad de puestos fueron para mujeres y cuya agenda de partido incluye varios programas feministas.

Es de esperarse, y ya en la contienda por la candidatura panista se evidenció: una buena parte de las electoras, las menos educadas y menos personalmente ambiciosas, probablemente se entusiasmarán con Josefina como candidata y sin mediar dudas le creerán aquello de que si gana ella todas ganamos. Gritarán Mi gallo es gallina, y también Soy esa guerrera, y votarán por ella sin reclamarle a su gallina alpiste para ellas.

Pero el voto razonado será otra cosa. Para convertir en votos la solidaridad espontánea que causa a las electoras informadas, las mujeres de la clase media, tendrá que convencerlas de que representa los intereses del género, y para convencerlas de ello tendrá que, verbigracia, de verdad representarlos.

Hillary Clinton llegó a la campaña por la candidatura a la presidencia de Estados Unidos precedida por una larga labor en pro de las mujeres. A ella las mujeres estadunidenses le debieron la lucha por el seguro universal de salud, varias secretarías de Estado concedidas en el mandato de su marido a mujeres sobresalientes y, ni más ni menos, la inclusión entre los derechos humanos que la ONU reconoce, del derecho a la equidad y a la libre determinación del propio cuerpo. No como ciegas, sino con los ojos abiertos, dieciocho millones de mujeres demócratas financiaron su campaña y votaron por ella.

Cristina Fernández de Kirchner en su primer mandato como presidenta amplió el piso de seguridad económica de las familias, lo que le valió en las siguientes elecciones los votos de una mayoría aplastante de las amas de casa argentinas y, por cierto, de sus familias.

Para que su solidaridad instantánea se vuelva una adhesión de largo aliento las mexicanas del voto razonado observarán qué ganancia, en concreto, les ofrece Josefina, si gana. Sólo una plataforma explícita pro mujer podrá disipar la sensación de que su feminismo ha sido un asunto personal y no político. Y también observarán cuál es su proyecto de país, que hasta ahora es un enigma. La afirmación es de la politóloga Denise Dresser.


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Me lo confía un gobernador josefinista: “Lo bueno de nuestra candidata es que no representa nada. Que es la lámina en blanco donde cada quien puede proyectar sus esperanzas”.

Una semana más tarde, me siento ante Josefina para entrevistarla. Llega vestida de blanco, llega sonriente, y baja la voz y sin dejar de sonreír me dice varias cosas que me impactan. Eso off the record. Ya encendidas las cámaras, no me dice nada que ahora pueda recordar. Su discurso es un goopie que se me resbala de las manos. Una espuma de sonrisas que se diluye en una sensación de empatía burbujeante pero sin contornos.

¿Continuarás la guerra de Calderón? Sí, porque esto y lo otro. ¿Cómo elevarías el Producto Interno Bruto de México? Bueno, soy mujer y sé lo que padecen las familias. ¿Y qué harás con la necesidad de seguridad de la gente? La gente, Sabina, necesita esperanza.

Se apagan las cámaras, baja la luz en el estudio, Josefina se acoda en sus rodillas y me vuelve a decir, baja la voz, cosas que me importan, me preocupan o me sorprenden, y aún hoy recuerdo, pero como me las dice off the record no puedo publicarlas.

Hasta acá he escrito que ser mujer beneficiará a la candidata del PAN. Agrego ahora que en otra medida podría dañarla: en la medida que Josefina también encarne un defecto tradicionalmente asociado a lo femenino. La falta de autoridad e independencia intelectual para formular un proyecto propio.

La falta de un proyecto independiente al del presidente Calderón le sirvió a Josefina en las elecciones internas del PAN. Ofreció programas, mejoras, enmiendas, no algo más amplio, una visión de país, menos un camino para realizar la visión. En las elecciones nacionales, ser percibida como la mujer del presidente le heredará el descontento de la población con la guerra, pero acaso de mayor consecuencia, volverá dudosa su capacidad para gobernar.

No se gobierna con recetas de cocina, protestó una diputada priista, en la vanguardia del ataque de su partido al uso del género por parte de Josefina. Un gobierno maternal, nombró un analista político la propuesta que abstrae de la retórica de espuma de la candidata.


Es paradójico. Más que los hombres contendientes, la señora Vázquez Mota tendrá que desarrollar una retórica que demuestre la autoridad intelectual que el prejuicio le disputa. Y pronto, antes que sea tarde, deberá trazar ante mujeres y hombres un proyecto de nación que la muestre como estadista.


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Sería tonto aventurar vaticinios en marzo de una elección que será en julio. Mucho puede suceder entre hoy y entonces, y de seguro mucho sucederá. Tres cuartos de guerra trabajan en eventos para decidir nuestro voto.

Pero a la pregunta de si el voto de las mujeres será importante en esta elección, hay que responder que podría ser decisivo. Las mujeres somos un tanto más que la mitad de la población. Pero será decisivo siempre y cuando Josefina quiera/sepa/pueda articular un discurso que las convenza de que con ella, ellas ganan.

Y el país también.

Sabina Berman.
Escritora, dramaturga y ensayista. Su más reciente libro es La mujer que buceó dentro del corazón del mundo.

Mi artículo de esta semana en la revista Proceso.

 

Calderón y la Providencia

Calderón en Washington. Foto: AP
Calderón en Washington.
Foto: AP
MÉXICO, D.F. (Proceso).- El pasado lunes 23, en la biblioteca del Congreso de Estados Unidos en Washington, el presidente de México reveló al mundo que la Providencia lo había puesto en su cargo para combatir al crimen organizado.
Un historiador de finales de este siglo tendrá que tomar en cuenta a esa agencia de Dios, la Providencia, para recontar la guerra que hoy seguimos viviendo y sus hechos de espanto. Las cabezas rodantes, los cadáveres encajuelados, la caravana de viudas, huérfanos y padres de hijos muertos recorriendo de luto las carreteras, los narcos tumbados en tapetes de lujo embadurnados de sangre y billetes de 500 pesos, los más de 150 mil ciudadanos desplazados de pueblos convertidos en pueblos fantasmas, donde sólo el viento recorre las casas desiertas.
La Divina Providencia: la agencia por la cual el Dios que está en las alturas metafísicas ejerce en la Tierra la lucha del Bien contra el Mal. La definición es de un santo, Tomás de Aquino.
Sin el concepto de la Providencia, nuestro supuesto historiador finisecular sencillamente no haría sentido de los números crudos de esta guerra y sobre todo de las decisiones que los han causado. Para empezar la decisión de su lanzamiento.
Discutida en el interregno de la anterior presidencia y la actual, mientras la capital del país se encontraba paralizada por las huestes del candidato perdedor de la contienda electoral, los colaboradores más íntimos de Calderón carecían de información suficiente para llegar a una decisión sensata, simplemente porque entonces la información nunca había sido recabada. No sabían cuántos eran ni en dónde estaban los enemigos, desconocían el tamaño de sus arsenales y sus fortunas, sólo intuían que las policías se hallaban infiltradas y que el Ejército tendría que librar la guerra. Las afirmaciones me las hizo un testigo presencial de aquellas reuniones, el entonces ya designado secretario de Gobernación, Francisco Ramírez Acuña.
Así que lo que el Cisen no aportó al núcleo íntimo del presidente para la toma de la decisión, lo aportó la Providencia: la certeza de que era una guerra donde el Bien triunfaría sobre el Mal.
Al cabo del año 3 de la guerra, 125 líderes del crimen y más de 6 mil sicarios se habían sustraído de su actividad, y sin embargo el número anual de los muertos no disminuía y la violencia se había recrudecido y esparcido por ciudades antes relativamente pacíficas. La ecuación supuesta por el presidente era la inversamente contraria: a menos capos, más paz. ¿Qué demonios podía estar ocurriendo?
La pregunta no se la hizo el presidente, pero sí un investigador, Eduardo Hidalgo, quien armó con su propio dinero un observatorio de las cifras de la guerra y su localización geográfica, y un año más tarde ofreció una hipótesis en la revista Nexos. Con cada capo abatido, se desestructuraba un cártel: fragmentado en pandillas, las pandillas se enfrentaban rompiendo todos los códigos previos, para lograr con una crueldad ciega la hegemonía territorial. Los hechos confirmaron lo publicado por Eduardo Hidalgo. Muerto Arturo Beltrán Leyva, mandamás del narco en Morelos, en el estado la violencia se disparó como nunca antes. Capturado el capo mayor de Acapulco, La Barbie, el puerto se convirtió en un campo de batalla de adolescentes asesinos.
También en su año 3, algunos hechos vinieron a perturbar la fe, ya no la eficacia de la guerra, sino la misma creencia de que esta era una guerra del Bien contra el Mal. Para empezar, los muertos inocentes cobraron identidad. Los ciudadanos de bien abatidos en fuegos cruzados, ultimados por soldados intoxicados o prepotentes en estado natural, o asesinados por criminales, empezaron a nombrarse a sí mismos como víctimas de la guerra.
El presidente los desconoció en un primer momento. Famosamente los llamó daños colaterales y después empleó una metáfora desafortunada en donde parecía aludirlos. “Cuando se limpia la casa, el polvo sale por las ventanas”.
Otro trastorno semántico ahondó la discordia entre el presidente y la población civil. En una de las primeras reuniones de víctimas con el presidente, en Tijuana, las mujeres asistentes empezaron a llamar, así como si nada, a la guerra “su guerra, presidente”, dando a entender que no era la de los civiles. ¿Qué nos aquejaba a nosotros los civiles?: nos lo empezamos a preguntar un par de columnistas. El homicidio, el robo, la extorsión, los secuestros, cometidos, sí, por bandas criminales, pero no el tráfico de droga ejecutado por la élite de los cárteles y rigurosamente controlado con tecnología de punta por los capos. La distinción, más la creciente evidencia de que la captura y asesinato de capos esparcía la violencia, llamaba claramente a un cambio de objetivo en la guerra.
De nuevo, sólo la Divina Providencia pudo eclipsar en el presidente Calderón una conclusión en la que buena parte de la opinión pública coincidió.
Para el año 4, el entonces secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, reveló un dato. Según declaró, nadie había ofrecido al gobierno alternativas a una guerra frontal contra el narco. Ese nadie era para entonces bastante extenso, ruidoso y transnacional: Congresistas, gobernadores, investigadores, expresidentes del continente, columnistas mexicanos y estadunidenses, activistas sociales, víctimas de la guerra, habían propuesto una lucha contra el crimen con una estrategia menos bélica y más compleja.
Legalizar la mariguana para colapsar los recursos económicos de los cárteles; un tratado con Estados Unidos para impedir la compra de armas en sus armerías de la frontera; medidas severas contra el lavado del dinero; enjuiciamiento de los funcionarios coaligados con el crimen: para empezar a nombrar las numerosas propuestas que circulaban. Así como tres propuestas de mayor calibre que articuladas cambiarían la guerra contra el narco por una guerra por la paz: implantar el respeto a la ley, dar autonomía real al sistema judicial y crear una nueva policía honesta.
Lo revelador del dicho del entonces secretario de Gobernación es que en los salones de juntas de la Presidencia de la República todas esas voces sumaban nada, cero, nadie. Es comprensible: era pura palabrería humana incomparable con la voz divinamente autorizada de la Providencia.
Hay quien duda de la sinceridad de las palabras del presidente Calderón. No es mi caso. Creo que en la biblioteca del Congreso de Estados Unidos el presidente Calderón afirmó su convicción. La Providencia lo colocó en el lugar preciso para librar una guerra contra el mal del narcotráfico. Es por ello que igual creo que debe impedirse que las clases de religión se impartan en las aulas mexicanas.